La historia de las hermanas Vetizagatiz - Capítulo 2 “El Reencuentro”

“Jasón y los argonautas”, me dije a mi mismo. Allí íbamos los cinco de nuevo, todos a comprar pan a la "panadería"; pero en la dirección contraria a la calle Providencia, nuestro destino, todos íbamos algo nerviosos:“¿y si la sra Ana nos ve y nos acusa con nuestras mamás o papás?” “Tío trabaja por aca con su camión” dijo otro.“Jasón y sus argonautas” me dije y guardé silencio.

Desde los 5 años aprendí a leer libros. Siempre fueron mi pasión. Se podría decir, modestia aparte, que era la cabeza pensante de aquel pequeño grupo de aún niños. Los otros sentían cierta admiración por mí. Cuando nos reuníamos siempre preguntaban y yo les contaba toda clase de historias y cuentos.

Ramoncito, el más atrevido, era el menos estudiado del grupo. Solía vender empanadas cerca de la panadería. Tenía más mundo real que todos. Ender, Enrique y Daniel eran los más curiosos; pero también los más temerosos. Era toda una odisea hacer alguna aventura con ellos, como la que recién comenzaríamos…

La calle más larga que hasta el momento habíamos conocido, “¿dónde queda el abasto del portugués?” preguntó casi preocupado Ender: “ya debe estar cerca” contestó Ramoncito. Cuando observabamos un grupo de muchachos algo mayores, casi adolescentes, jugando a alguna especie de pelota incluyendo empujones, golpes, risas a carcajadas y hablando fuertisimo, cual actores de teatro, Ender pregunto: “¿ahí queda el liceo?” A lo cual respondí:“claro que no, son pocos muchachos. A lo sumo doce o quince y todos varones” “¿Varones? ¿Solo varones?” Reflexioné. Entonces me detuve y dije: “Muchachos, creo que vamos llegando a nuestro destino”. Ender dijo: “¿a que el portugués?” “¡noo, a que las VETIZAGATIZ!” exclamé, “¿y el pan?” nuevamente Ender.

La casa quedaba al final de la calle en una gran esquina con una avenida que la cruzaba. Y en frente a la esquina opuesta: el abasto del portugués. La casa también era de construcción poco común, amplia sin encontrarse adosada a ninguna otra. De construcción holandesa, supe después, había sido en su época casa “staff” de la Shell. Grandes ventanales con un hermoso y muy floreado jardín, un gran patio de exuberante árboles frutales, baja, típica de ese tipo de vivienda que era única por allí. Definitivamente era tan curiosa como el apellido de quienes la habitaban. El jardín, muy bien cuidado ,poseía no sé cual cantidad de rosales de diferentes colores y otras flores que no recuerdo sus nombres y ¡oh sorpresa! Ahí entre los rosales, las rosas mas hermosas que mis ojos habían contemplado a tan prematura edad, se encontraban las hermanas Vetizagatiz. Mi emoción fue tal, que ni recordaba ya el pan. Los comentarios realmente no hacían alarde de su belleza. También muy poco común eran las jóvenes, aún adolescentes, como nuestros amigos mayores y la otra como de la edad de Ramoncito, el mayor de nuestro grupo, 10 o 12 años máximo, de tez limpia y suave, le corrían brillantes bellos por su sienes y brazos apenas descubierto en medio de la faena del jardín, de cejas gruesas pero tenues, grandes pestañas y unos hermosos ojos que parecían de miel. No eran rubias, mas bien algo morenas de brillante pelos largos negros, apenas visibles debajo de sombreros de sol de muy buena estatura y buenas figuras para su edad. Definitivamente todo era único a que las Vetizagatiz. Mientras tanto los otros al fin compraban el pan y, de vez en cuando, miraban a los chicos y sus pasadas. Las Vetizagatiz,a su vez, comentaban entre ellas y reían casi en silencio estando del otro lado. Fue entonces cuando observé que de entre los chicos solo uno no jugaba nada, ni reía Alberto, aquel que, a regañadiente, nos había dado la dirección, se hallaba con sus ojos fijos en las Vetizagatiz, hipnotizado. Solo suspiraba apoyado en la pared. A partir de ese momento, éramos dos con un amor platónico en silencio…

Equipo @traslaverdad