"El chavista que quiso asesinar a Seifiro Noctis" parte II (cuento de humor político y humor negro)
Cinco días habían pasado desde que conocí a mi más grande enemigo... No, al enemigo del pueblo chavista, Seifiro Noctis. La rabia me inundaba cada vez que lo leía en Facebook hablar sobre las supuestas bondades del capitalismo y del libre mercado. Hablaba de sociedades en donde las personas producen algo, le colocan los precios que deseen a sus productos y luego los venden. Después, hablaba de propiedad privada. La propiedad privada es un sinónimo de fascismo.
No dejaba de pensar en Seifiro Noctis. Lo odiaba tanto que decidí darle una estrellita de mejores amigos en Facebook, y así podría tener notificaciones de cada vez que posteara algo, y así siempre recibiría un «me enoja» en cada una de sus publicaciones, lo cual a su vez lo advertiría de la presencia del enemigo. Sí..., debía comenzar con una guerra psicológica si quería acabar con ese sifrinito marico enviado por el imperio.
Estaba por vomitar por quinta vez en el día. No sabía si era por pensar en el asco que me daba que alguien pensara que se podían reemplazar a las areperas socialistas por Mc Donals, o se debía a que no había comido nada.
En fin, estaba en el velorio de mi hermano Yonkeilven, el cual había fallecido por tomar guarapita dos días antes. Una muerte más para la cuenta de Lorenzo Mendoza. Y en mi propia familia. Pero no sentía nada. Mi odio por Seifiro Noctis era superior a cualquier lazo familiar.
Dos días más tarde. Días que había tenido que stalkear a Seifiro Noctis, llegó mi madre dándome la mala noticia de que mi padre había sido asesinado a tiros.
—«Marvada» sea, mamá—dije con amargura en mi voz. —¿Quién fue el maldito sapo que le hizo eso a mi papá? Cuando lo encuentren los voy a plomear—exclamé severamente.
—Javier, mijo, a tu papá lo mató tu papá—dijo mi madre en tono despreocupado.
—¿Qué?—Pregunté en algo que sonó a más bien a una exclamación estupefacta.
—Sí—comenzó a decir ella segundos más tarde con el mismo tono despreocupado.—A tu papá lo mató Wuinkinberson, quien es el chamo que maneja los Clap de la comunidad; también es el malo de la cuadra.
—Pero si él es un menor de 16 años, mujer—dije con más amargura.
—Tampoco es como si tu papá se fuera a poner más viejo veinte metros bajo tierra—comentó mi madre. Siempre tan lógica y sabia.
—Puede que tengas razón, pero no es justo.
—No es justo que tú seas el único hijo que me queda y de paso seas marico—me interrumpió. —Saliste unos meses con Nazuali, te la cogiste pero no la preñaste; no agarró el bono.
—Pero mamá, tan sólo era una jeva de 9 años.
—Yo a esa edad salí preñada de ti.
A continuación, entró Wuinkinberson.
—Qué es lo que, hijo—dijo en tono burlista el maldito ese.
—Nada. Nada—dije.
Wuinkinberson sonrió abiertamente y dijo. —Yo me cojo a tu mamá, de eso estás claro. Y no quiero a mariquitos irresponsables como tú en esta casa. Mira, te haré una transferencia por cien millones de bolívares y te me vas pal coño. No vueRvas más.
—Tentador. Muy tentador—dije.
Y así fue cómo me fui de casa hasta la ciudad. Robé un teléfono celular y alquilé una residencia. Necesitaba dormir y necesitaba conectarme. No podía perder el rastro de Seifiro Noctis o sería demasiado peligroso para este país. Además, no estaba solo. Jerry se había venido a vivir conmigo dentro de la pecera en la cual la coloqué. Era una cucaracha muy inteligente. A diario la alimentaba y hablaba con ella. Era como hablar con cualquier otro de mis camaradas. Era asombroso pensar en que no había diferencias entre los socialistas, los marxistas, los comunistas y las cucarachas dentro de una pecera.
Esa noche dormí cómodamente. Pero con amargura. Soñé que le lamía el pecho al Comandante Supremo. También al día siguiente comenzaría a laborar para El Sibci Guárico.
Fuente de la imagen: no hallada.