Aprender
A menudo se dice que la mejor manera de aprender es haciendo. ¿Haciendo qué? preguntará usted. Haciendo lo que sea, diría yo, ya bastante mal encarado.
Y hacer lo que sea no es lo más fácil del mundo, ni siquiera es lo más fácil de una partecita pequeñita del mundo. No, no, no. Hacer lo que sea requiere tesón y malas intenciones y un sentido dudoso de la vergüenza. ¡Eh! Malas intenciones en el buen sentido.
Y sí, malas. Porque cuando Manolo quiere aprender a tocar guitarra (aquí se entiende, el nombre es inventado, mil disculpas a los Manolos que puedan sentirse aludidos), lo que en verdad quiere Manolo es aprender a tocar guitarra para tocar aquella triste canción en un lugar muy específico para que cuando pase esa persona muy específica la tonada despierte en sus fueros internos algo (también) muy... específico. Es el sentido trágico del mundo. Todo lo hacemos por motivos ulteriores, con una suerte de malicia mefistofélica, pero buena, buena como la sopa de la abuela. La verdad verdadera, mis amigos.
Así que cuando se habla de aprender no está de más preguntar para qué... o para quién. Nunca he tenido claro si aprendemos algo que sea para nosotros mismos o quizás, de nuevo, no hay algo que no sea sólo para nosotros mismos ¡Salute por el punto de vista egocéntrico!
Y decía que había que tener un sentido dudoso de la vergüenza, porque el aprendizaje es un eufemismo. Cuando decimos la palabra aprender en realidad nos referimos a una serie de errores y fracasos más o menos ridículos o tristes, cuan ridículos o tristes son depende enteramente de nuestra habilidad para fracasar. Siempre podemos sorprendernos a nosotros mismos con una nueva y estrepitosa metida de pata. Por eso no cualquiera aprende. La mayoría no sabe como encajar una derrota de esas que te acosan 24/7. Y quién sabe si por eso es tan difícil el amor. Si duele tanto equivocar la fecha de nacimiento del personaje famoso del momento, ¿Cuanto no ha de doler una indirecta (romántica) no correspondida?
Pero no importa, aprender requiere tesón, eso otro de lo que hablaba: la habilidad de resistir todos los barrancos, los tiroteos (materiales o sentimentales), las puñaladas, escupitajos y traiciones. Es decir, una quasi inmortalidad. Tipos de tesón como los de Gandhi, u otros menos sublimes pero más cinematográficos, como los del Terminator, que vuelve siempre para despacharse con un "¡Hasta la vista, baby!" a la androide que hace veinte minutos nomás le había dado una paliza.
¿Quién tiene estas características? Pues la verdad no lo sé, adivino que muy pocos. Por eso aprender haciendo no es cosa de todos los días, ni siquiera hacer sin la esperanza de aprender es tan sencillo. Nunca fue más difícil ser un mediocre, ahora que hay tanta auto-ayuda.
Así que piénselo dos veces antes de querer aprender algo. El mundo también necesita de los aburridos, de los tipos agrios que van por ahí gruñendo, esos que tropiezan en la calle y maldicen la hora en que construyeron una acera tan alta y afilada. Al menos, de tanto tropezar, uno sabe donde no pisar. ¡Qué lujazo!
Yo aspiro a muy poco, francamente hablando, me conformo con no ahogarme la próxima vez que mastique un chicle, o con que no me ataque la indigestión en el aeropuerto. Lo demás es sencillo. Además no planeo hacer cualquier cosa, quiero aprender a tocar guitarra, pero como nunca paso de los primeros cinco minutos de práctica estoy obligado a preguntarme, mientras escondo la cara en la almohada: ¿Para qué? ¿Para mí o para alguien? Porque al menos sé que los errores no se acaban, pero no sé si valdrán la pena ¿Y si la chica(o) te adora, después qué... vivieron felices por siempre? Quién sabe, a lo mejor las victorias son tan empalagosas que después no sabemos qué hacer con ellas. A lo mejor es preferible y hasta deseable, que podamos compartir las derrotas.
Hasta aquí fue.
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