LAS LECCIONES DE THOMAS, EL CLÉRIGO.

in #cervantes7 years ago

El deseo más profundo del hombre es la gloria, la panacea, el nirvana. Es capaz de ser bondadoso o traidor ante los ojos que lo califiquen siempre y cuando logre aferrarse a este tesoro. Thomas lo sabía, y temía que el fin del mundo natural llegaría al unísono del fin del hombre y la tecnología. En su cabeza una antífona resonaba, al son de las campanas, cada seis horas. Este pensamiento anidó en su pecho como un pájaro carpintero, royendo capa por capa de sus cortezas miocardio y cerebral, y le fue robando los estribos.

Las voces resbalaban cual olas arrastrando peces, corales, navíos y pesadas ciudades enterradas, congregando un mensaje: “Errare humanum est, sed perseverare diabolicum”, que traducido del diccionario del hábito era una bofetada para Thomas, quien cada día se sentaba a escuchar los pecados del hombre, y uno tras otro sonaban igual; eran repetitivos, recurrentes y ostentosamente descarados. Y tras cada confesión, el párroco se debilitaba. Perdía la paciencia. Era incapaz de perdonar él mismo lo que su padre creador perdonaría.

Hace algunos siglos los hombres de culto eran estudiosos de las ciencias humanas y naturales tanto como de la teología. Thomas conocía tanto de microbiología como de botánica, un poco de medicina y algo más de derecho, por lo que fraguó un plan para expiar los pecados de sus fieles y purificarlos previa postre ante el dador de vida. Recluido por las noches en su laboratorio, debajo del templo, estudió con detenimiento hongos, virus y bacterias, analizando en detalle las toxinas que degeneraban el tejido muscular, el sistema límbico-nervioso, y el sistema linfático, a nivel celular. Maceró y realizó diluciones obteniendo tres pócimas concentradas de estos componentes, y las mezcló con cera caliente, ceniza y agua bendita.

Cuando uno de sus fieles le confesaba un pecado, Thomas discernía sobre el origen de éste y aplicaba el tónico pertinente. Si se trataba de algún crimen (hurto, violencia, o cualquiera relacionado con infringir daño físico), dejaba caer en sus manos cera caliente del velón mezclada con secreciones que iban a las articulaciones y los músculos, y les secaban, cual si una culebra o medusa les hubiere extraído la vitalidad; si confesaban una infidelidad o amorío no permitido, rozaba sus labios con agua bendita cargada de toxinas dirigidas a inhibir el instinto sexual y las emociones; y si se trataba de algún pecado que tuviere que ver con sus principios sociopolíticos, moralidad, honradez o símiles, les hacía una cruz en la frente con ceniza, para que poco a poco enfermaran y experimentaran lo que las personas más débiles que ellos habían experimentado a causa de su conducta deshonrosa.

De esta manera Thomas logró expiar los impíos instintos de su pueblo, y le ahorró el trabajo a dios, de juzgarlos.