Caócity

in #cervantes7 years ago

“…búsquenme en Rotterdam, escríbanme aunque no parta.”
Eugenio Montejo, Partida.

Irse. Dejar atrás los afectos: Yo no deseo irme, lo juro. Me resisto a este destierro, que como todo destierro, es una forma de morir estando vivo. ¿Cómo se vive lejos de los afectos? Me voy porque me resulta mejor que no hacerlo. Qué desagradable es elegir entre la patria y la terminal de avión. Mariana me sigue en mi tristeza; nuestra tristeza tiene fletado el equipaje. Mariana está lánguida, transparente. Se preocupa por sus padres y sus dos hermanas menores. Pero ya la decisión está tomada. En agosto será el viaje. El destino no es la llegada, sino el comienzo incierto, la tortuosa marcha a la resignación: “No nos llame, nosotros lo contactamos”, “hemos visto su hoja de vida, sin dudas está calificado para el puesto, pero ahora mismo nuestras prioridades están centradas en levantar la producción; no nos llame, nosotros lo contactamos…”. Sólo queda el trapeador: la última puerta. Unos pesos sucios, un café instantáneo, una sopa de cebolla al mediodía, un tickets del metro, las converse marrones, una chaqueta a rayas (azul, desteñida), jean que hace juego con la chaqueta, un pasamontañas y unos guantes negros. Así pasarán los días que después se vuelven meses; así llegarán los inviernos arremolinados, como cuchillos fríos, como la ira gélida de Dios. Irse a sabiendas de lo que espera más allá, en esa otra orilla distinta, distante, fría. A veces, sobre todo en las noches, oigo el llanto callado de Mariana en el balcón. Ella no se imagina que la escucho, pero sí, lo hago; también lloro un poco, lloro para mí, como ella llora para ella (¿será que lloramos por los dos?), ¿me escuchará? No importa ya, poco importa. Este pesar se hace cada vez más directo, sin cortapisas. ¿Qué se juega en esos llantos íntimos, en esos pequeños nichos de la casa, allí donde se llora? ¿Cuál es la fibra de la partida? Todo adiós es siempre adiós; los instantes se pierden, no retornan. Respeto su intimidad y su tristeza.

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La soledad del emigrante

Cuando en las noches Mariana llora, cuando su llanto seco y ahogado se prolonga, una tristeza limpia me invade. ¿Cómo arrancarle de tajo ese llanto? ¿Cómo devolverle la risa fresca y mañanera? El viaje, ese adiós que se aproxima, es un enemigo establecido, un aliado de la tristeza. Los ojos no mienten si van de frente. Mariana, que siempre habla con los ojos, evita verme. Evita en el fondo el choque abrupto de nuestras tristezas. Quiere simular alivio, alivio de viaje, de aventura; pero ambos sabemos que no se puede sortear a la tristeza: las formas del adiós son siempre las mismas, son siempre una: penas al alma.

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Lo que se lleva la tristeza

Una bala, una partida, un país, Mariana, la noche toda, los recuerdos, mamá viendo la novela, papá viendo el juego de fútbol, el pasillo angosto del edificio, los amigos más bajitos y tristes (con otros años encima), un balón en medio del terreno de enfrente, unas piernas cruzadas que jamás volveré a ver, mi abuela en la mecedora, el viento ululando en la pared del segundo piso, un viento colado y viejo, viento marino que no sabe de mí, las noches de los aguaitacaminos (“¡ven mañana por sal!”), anís con limón, ella, las otras, las demás…todo se queda atrás, los recuerdos pertenecen a un tiempo y a un espacio. Mariana tendrá los suyos; esos no van con nosotros, se traspapelan entre los adioses y los sollozos. Toda partida es una forma de soledad, formas de morir un poco.