Siempre se muere tarde Pizarnik
He de confesar que esta mujer, me vuelve loca hay algo en su mirada y en sus letras que me hace vibrar el cuerpo
hace un par de años ya, estuve obsesionada con los diarios mayor mente ajenos y hace poco recordé esto tanto por el echo de querer continuar con el mio como por seguir husmeando en los demás, por eso decidí hoy recordad a esta brillante escritora Alejandra Pizarnik espero lo disfruten.
A continuación una serie de fracciones de sus diarios.
7 de Diciembre de 1952
Mi soledad maúlla. La tapo con promesas vagas. Mentir, sí. Algún día encontrarás este diario y será antiguo, algún día verán mis fotos y se reirán de la moda actual. El vanguardismo será clasicismo y otros jóvenes rebeldes se reirán de él. Pero... ¿es posible soportar esto? Quiero morir. Tengo miedo de entrar al pasado. Pienso en alguna mujer de mi edad de hace un siglo. ¿Qué hacía cuando estaba angustiada? ¿Qué?
París, 1960
1 de Noviembre
Falta mi vida, falto a mi vida, me fui con ese rostro que no encuentro, que no recuerdo.
18 de diciembre
Noche crucial. Noche en su noche. Mi noche. Mi importancia. Mí misma. La asfixiada ama la ausencia del aire. Memorias de una náufraga. Sueños de una náufraga. Qué puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la orilla.
21 de diciembre
Anoche tomé agua hasta las tres de la madrugada. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí como si yo fuera mi madre. Yo me daba de beber con asco.
23 de diciembre
El bosque estaba oscuro. Por eso las hojas suspendidas de las ramas amenazaban con un color negro, no verde. "Es mentira todo", pensé, "hasta lo que me decían del color de las hojas". Tenía tanto miedo que no sabía si avanzaba o retrocedía.
24 de diciembre
Desperté viéndome como un cuerpo sin piel, una llagada.
31 de diciembre
Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y subí a la silla para mirar cómo soy con el suéter y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé y me acerqué nuevamente al espejo: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa y quise escribir un poema pero temí aumentar el desorden de los libros y papeles. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Me asustaba saberme andando por la piecita desordenada, con la boca devorándose y la memoria petrificada.
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