Otra anédocta de casa de mis abuelos: "Yo Meto la Mano por Ruperto Rivas"
Buenas tardes, estimados usuarios de Steemit. Vuelvo con una segunda entrega sobre las anécdotas sacadas de casa de mis abuelos. Por ahí está la primera (por si te preguntas de qué estoy hablando: Los Hicacos). La de hoy trata de una frase bien cómica que mis abuelos solían decir en situaciones correspondientes a juicios morales. Claro, la historia original no daba para mucho, pues es una anécdota muy corta. Por eso, le añadí alguna cosas para hacerla un poco más cómica e interesante (pero de esto segundo, ustedes serán los jueces). Así va:
Mi abuela siempre demostró su favoritismo por los varones de la familia, en especial por sus nietos. Esto se debía a que, simplemente, éramos más que las mujeres.
En la casa nunca faltaba alguna acusación en contra de nosotros por parte de ellas; pero—como es costumbre en algunas casas de familia extendida—los juicios quedaban a cargo de los ancianos, y como mi abuelo trabajaba hasta tarde, especialmente sobre mi abuela. Así que las quejas de mi madre y de mi tía y de mi prima no tardaban en hacerse notar una vez que la abuela emitía un fallo favorable a mis tíos, a mis primos, a mi hermano, o—en algunos casos—, a mí.
Cuando las objeciones seguían y seguían después del veredicto, mi abuela siempre gritaba en alto—y golpeando la mesa del comedor—: “¡Yo meto la mano por Ruperto Rivas!”. Y como por arte de magia toda disputa terminaba.
Intrigado por la razón y la fuerza detrás de esa frase, una vez le pregunté a mi abuela: ¿quién era Ruperto Rivas y de dónde venía esa frase? Lo primero que hizo fue reírse tanto que tuvo que acomodarse los dientes. Luego, se alegró porque si hay algo que le gusta a los abuelos—en general—es contarle cosas a sus nietos. Así que como era costumbre, me senté a los pies del mueble de mimbre—de esos que hay en todas las casas de los abuelos en Cumaná—y escuché el relato de mi abuela.
Hay varios detalles de la historia que se escapaban de la memoria de la abuela. Es claro que a pesar de saber el origen de la frase, ese cuento en particular tenía mucho tiempo sin contado en la casa. De todas formas, va más o menos así:
Ruperto Rivas nació en Cumaná y vivía en Puerto España. Mis abuelos lo conocieron cuando vivían en el Salao’—o en la Trinidad, ese detalle no es claro. Este señor desempeñaba labores de mantenimiento y vigilancia en una casa ubicada por la Iglesia de Santa Inés—era barrendero de día y guachimán por las noches. En general, pasaba mucho tiempo en ese lugar.
La casa, en cuestión, era famosa porque ahí se hacían dulces criollos y tortas—a veces, hasta para vender. A mediodía, cuando la preparación de los dulces estaba completa, todos iban a la mesa a probar un poquito—para dar el visto bueno. Pero Ruperto nunca probaba nada. Él decía que no le gustaba comer dulce.
La cosa es que ahí solía pasar algo raro. A veces, los dulces se desaparecían de la nevera y en las mañanas la señora de la casa se encontraba con: pailas de dulce de mango, vacías; potes de dulce de tamarindo, limpios; quesillos a los cuales les habían sacado el relleno y dejado sólo la silueta en el plato; todo dependiendo de la situación. Nunca se atrapó al culpable pero algo es cierto. Cada vez que se acusaba a alguien en la casa, la señora—que tenía algún nombre común entre las abuelitas de Cumaná—dueña de la casa decía: “Yo meto la mano por Ruperto Rivas porque yo sé que Ruperto no come dulce”.
Al llegar a esta parte, mi abuela se echó a reír otra vez. Yo seguía atento y preguntándome cómo era posible que a alguien no le gustara comer ni un poquito de dulce. Pero el cuento no terminaba ahí.
Lo que decía Ruperto—eso de que no le gustaba el dulce—era sólo en parte cierto. De hecho, era algo así como que a él no le gustaba que lo vieran comiendo dulce, y en un gesto muy parecido a eso del refrán que dice: “el que come callado come dos veces”; Ruperto a mitad de sus rondas nocturnas—a esas horas en que el hambre ataca—abría la nevera y se comía todo el dulce que—según dice mi abuela—le cabía en el buche. Luego, cerraba la nevera y seguía vigilando. Y así continuó haciéndolo, no todo el tiempo pero con cierta frecuencia, durante todos sus años de servicio en la casa.
Ahora yo me echaba a reír porque sabía que nadie se podía resistir a comer dulce. Mi abuela sonreía y me daba unas palmadas en la cabeza mientras me decía: “y de ahí, mijo, viene la frase esa”.
Al poco tiempo de esto, hubo otro juicio. Esta vez, yo sabía que mi primo era responsable del acto en cuestión—algo relacionado con unas matas de cereza. Mi abuela estuvo escuchando con atención a mi tía. Parecía que la sentencia sería algo grave. Pero, en lo que se convertiría en una gran revelación, mi abuela—sin que los demás se dieran cuenta—volteó hacia el rincón desde donde estaba mirando la escena. Esbozó una sonrisa y guiñó un ojo de manera casi imperceptible y luego volvió a su posición estoica. En ese momento, luego de que ella repitiera la famosa frase, comprendí lo que realmente significaba la historia que me había contado y también lo que implicaba eso de “meter la mano por Ruperto Rivas”.
Hay un montón de frases curiosas que me han quedado como herencia de las visitas y los años vividos con mis abuelos. Supongo que esa es el mejor recuerdo. Ya veré si llego a viejo y me veo repitiendo lo mismo a los jóvenes. Espero no caer en un bucle melancólico haciendo eso. En otro tema, la picardía es un tema universal que se ve en formas similares en culturas distintas. Qué iban a saber mis abuelos que me estaban dando una referencia de un arquetipo (o qué es un arquetipo). Sin duda historias como esta y otras tantas son las que me han sembrado el germen de escribir. Eso es otro regalo que siempre les agradeceré.
Aun recuerdo cuando la leíste en vivo y en directo jeje. El señor que mi abuela también conoció.
Estimado @bertrayo, te he retado en un juego divertido que ya conoces. Las condiciones están más abajo. Espero que aceptes.
Reto Mundo posibles
Cuento muy gracioso, @bertrayo. Lástima que tan poca gente los vio. Abrazos.
Lástima que me encontré una peña la vez que lo leí en público, pero no le quita lo bueno a la viñeta. Un saludo @adncabrera