En bandeja de plata por Kassfinol

in #castellano6 years ago (edited)

En bandeja de plata
(Romance- Suspenso- Terror)

Capítulo 1

—¿Puedo sentarme? —preguntó de forma amable una joven de unos veinticinco años. La pregunta sacó de sus pensamientos a Eduardo. Él estaba muy concentrado en sus problemas existenciales.
Sin mucho que decir, asintió, y se movió hacia un lado del banco donde se encontraba sentado para darle espacio a la joven rubia de evidente cabello teñido. Al notar que se sentó, él se enfocó de nuevo en el paisaje del parque.
Muchas personas visitaban el lugar, compartían con sus familias, amigos o parejas. Eduardo prefería quedarse allí sentado dos o tres veces por semana y sumergirse en sus pensamientos, así podía planificar sus próximas acciones y reducir la cantidad de problemas económicos que tenía en la actualidad.
Él lo intentó, trató de hacer lo de siempre, no tenía intenciones de relacionarse con nadie, pero la joven al verlo solo y callado buscó conversación.
—Hola, mucho gusto, soy Emily Santos —le extendió la mano con una sonrisa amplia que llegaba a sus grandes y expresivos ojos café.
Fue inevitable que Eduardo no frunciera el ceño, pero fue fugaz, porque de inmediato extendió su mano y con un suave apretón rompió el silencio y le contestó:
—Hola, un gusto conocerte, soy Eduardo Ponce.
Se mantuvo el silencio por unos segundos, pero la joven era muy conversadora.
—Y dime, ¿cómo te fue el día de hoy?
—Vaya, eso no es algo que pregunte una desconocida, de hecho, ni los pocos amigos que tengo lo hacen —guardó silencio ante su abrupta sinceridad y luego continuó—. Claro, lo digo con el respeto que te mereces, es solo que tu pregunta fue muy extraña.
—Digamos que siempre tengo ese efecto, es una buena manera de entablar conversación, ¿No te parece? —ladeó su rostro y le regaló una media sonrisa. La joven no iba muy maquillada, se veía bastante sencilla, parecía solo llevar un tono rosa en sus labios y todo lo demás era al natural. Aunque él consideraba que en todo caso no le hacía falta usar maquillaje.
—Sí, tienes razón… ya que me lo preguntas… hoy ha sido un día bueno, bastante tranquilo —miró su reloj y eran las cinco de la tarde, recordó que estaba bien vestido, como todo un ejecutivo —. En unas tres horas me toca ingresar al trabajo, solo estoy aquí relajándome, ya sabes, no es fácil trabajar.
—¡Qué bien! —asintió Emily tomando un poco de agua embotellada. Ella llevaba ropa de hacer ejercicios, era claro que estaba tomando un descanso —. Mi día fue agotador. Trabajo por las mañanas, y en las tardes al salir vengo aquí a ejercitarme, es la única manera que he conseguido liberarme un poco del estrés.
Luego de observar las finas cejas, las abundantes pestañas, la nariz y el mentón delicado de la joven, comprendió que jamás la había visto en su vida.
—¿Qué día vienes a este lugar? —quiso saber, curioso de comprender por qué no la había visto antes, si él era muy detallista.
Por alguna razón a él le encantaba la gente que se salía de sus rutinas, por eso era tan meticuloso y observador; si algo era distinto él tenía que saber el por qué.
—No tengo un día fijo, cuando dije: “vengo aquí a ejercitarme” lo dije en modo general, a decir verdad, siempre busco un parque o lugar espacioso para trotar y descansar la mente de mis problemas laborales.
Él no le diría que tenía cinco parques favoritos en toda la ciudad de Caracas y que los visitaba de formas aleatorias, a la misma hora, pero respetando la asignación de cada día… jamás se saltaba la visita de un parque o intercambiaba lugares con las fechas u horas. Todo estaba meticulosamente planificado.
—Oh, claro, entiendo —se concentró de nuevo en la gente que estaba acostumbrado a ver y así permaneció. No interactuaba mucho con nadie, más que todo por miedo a cambiar de opinión o de encariñarse.
—¿Oye, siempre eres así de mal educado? —insistió la joven con mala cara, aunque se veía frígida, su voz había sido entre amistosa y llena de burla.
—No es mi intención, solo soy así, no me agrada relacionarme con nadie… y sabes una cosa… creo que es lo mejor.
—¿Asumo que estás muy amargado? —fue una burla directa y eso volvió a llamar la atención de Eduardo.
—Puede que tengas razón, así como también puede que sea un tipo muy peligroso al que no deberías tener cerca, ¿acaso tu madre no te enseñó a no hablar con extraños?
La joven alzó una ceja y unos segundos después soltó una carcajada.
—Por lo que veo no estás amargado, solo eres inseguro de ti mismo… pero vamos, solo te quiero conocer, no veo problema con eso… en todo caso la más perjudicada soy yo y mírame, estoy cómoda con esta plática —se quedó unos segundos en silencio—. Y respondiendo a tu pregunta, sí, mamá me dijo todo eso, pero en ese momento tenía ocho años, ahora tengo veintiocho, creo que me sé cuidar sola.
—Voy a poner eso último en duda, pero sí tienes razón, además, con gente a nuestro alrededor en un parque… ¿Qué podría salir mal? —Ponce asintió sonriendo achicando sus ojos un poco.
—¡Ahh! ¡¿Te fijas!? Sí puedes ser amable, ya decía yo que ese rostro amigable no podría ser tan maleducado como hace un momento.
Eduardo soltó un bufido mientras tomaba su celular para revisar su email en busca de una información o solicitud de trabajo, sin ánimos de ser arrogante no quiso mantener la pausa de su conversación muy larga así que continuó:
—Creo que ya es hora de irme, fue un placer conocerte.
La joven se mostró visiblemente resignada por la actitud de Eduardo.
—¿Siempre vienes a este lugar? Si quieres podemos volvernos a ver —en ese momento, Eduardo entendió que la joven estaba coqueteando con él, y se quedó allí plantado en seco, sin saber qué hacer o qué decir. Emily se dio cuenta que su recién conocido estaba asombrado por su pregunta así que decidió burlarse y terminar de romper el hielo— ¡¿Qué Eduardo?! No te voy a comer, ni te estoy pidiendo algo muy indecente, ¿tienes problemas en que volvamos a vernos, ya sabes, hablo de… una esposa, novia o amiga muy celosa? A mí la verdad me gustaría conocerte.
—No sabes lo que dices —balbuceó muy incómodo, pero a la vez muy emocionado de darse cuenta de que podía gustarle a esa joven.
No estaba acostumbrado a que se fijaran en él. Desde niño fue muy solitario y en la juventud tuvo solo dos novias y estas terminaron dejándole por ser un controlador e inseguro. Aunque claro, su actual trabajo lo llenaba, no necesitaba de parejas y esos problemas… ya que gracias a la cantidad de dinero que obtenía podía hacer lo que quisiera, incluso conseguir mujeres que se sometieran a cualquier gusto o exigencia unas horas a la semana, de esa forma podía continuar con su vida sin afectos y sin problemas emocionales que volviera complicada e inestable su existencia.
—Creo que se te hace muy complicado darme una respuesta en este momento, mejor toma —sacó de un pequeño bolso una tarjeta que tenía su nombre y número de teléfono—. Si quieres algún día caminar, conversar o relacionarte solo debes escribirme —le guiñó un ojo y se levantó para alejarse sin decir nada más.
Desde allí, Eduardo observó con detenimiento que la joven era de anchas caderas y voluptuoso trasero y eso lo hizo sonreír.
—Supongo que así son las personas normales cuando quieren algo por sí mismas —se burló—, se me acercó, me habló, fue accesible y luego se fue sabiendo que me quedaría como todo un pendejo anonadado al mirar su cuerpo alejarse… sí que es una mujer estratega, y tal parece que conmigo acertó.
Un hombre que iba pasando cerca de él escuchó a Eduardo mientras hablaba consigo mismo y le dijo mientras continuaba su trote por el camino:
—Sea como sea, no siempre lo eligen a uno, yo siendo tú, me voy como un tigre detrás de ella a cazarla.
A Eduardo le causó gracia su comentario y soltó una carcajada mientras lo despedía con una de sus manos. A ese hombre lo veía cada vez que venía a este parque, él siempre se veía amigable y contento con sus actividades.
Sea como sea, esa mujer está en mi lista de pendientes, pero primero me pondré a trabajar —pensó mientras caminaba rumbo hacia la carretera para retomar su jornada laboral.

Capítulo 2

Pasaron alrededor de doce días y Eduardo durante ese tiempo se había enviado varios mensajes con Emily.
La joven era bastante conversadora, muy amable y atenta con Eduardo. Le daba los buenos días, le preguntaba si había comido, el cómo le iba en el trabajo, pero sin caer en el agobio. De hecho él se había dado cuenta que ese tipo de atenciones le gustaban y lo hacían sentir bien y por consecuencia últimamente siempre estaba de buen humor.
Las cosas en su trabajo le iban mejor que nunca, ahora tardaba menos tiempo en conseguir su material para el desarrollo de sus actividades. Al parecer, el que estuviera con mejor humor lo ayudaba a concentrarse para ser más fructífero en sus actividades diarias.
Su celular sonó y era un mensaje de Emily:
“Hola Ponce, ¿será que podemos vernos hoy?”
Le encantaba que lo llamara por su apellido, y hasta sonrió al ver el mensaje, pero eran las nueve de la noche de un viernes y en ese momento se encontraba en plena organización de sus materiales de trabajo, como él mismo lo llamaba.
Tenía que dejar todo listo para que cuando los proveedores llegaran por la mañana o parte de la tarde del sábado se llevaran la mercancía sin problemas o retrasos.
En cinco oportunidades Emily lo había invitado para que se volvieran ver de forma personal, pero Eduardo tenía todo un mes copado de trabajo, era muy difícil para él verla en las noches. Y durante las visitas a los parques que él frecuentaba no deseaba que lo vieran con ella.
Quería seguir manteniendo su postura de ser solitario, por mucho que ella lo halara constantemente a que a él le provocara verla. Tanto así que también tenía días sin visitar ese parque donde se la había encontrado; deseaba mantener el control de la situación y quedar en evidencia delante de ella era un lujo que no se daría… la próxima vez que ocurriera un encuentro entre ellos, él sabría todo lo que se iba hacer y el cómo, toda la espontaneidad que se diera en ese encuentro sería en base a eso.
Luego de pensar por unos diez minutos lo que le respondería, tomó el celular y se sentó apoyando los pies sobre la mesa que estaba en su cocina.
“Veámonos mañana, deja que organice muy bien todo lo de mi trabajo, para que así no tengamos interrupciones, espero que no lo tomes a mal y estés de acuerdo, sino será para otra ocasión”
—Será cuando yo lo diga —susurró mientras le daba al botón de enviar.
Al parecer, Emily estuvo muy contenta con ese mensaje, ya que luego de enviar una carita feliz continuó escribiendo:
“Sí, me parece bien, dime, ¿dónde podremos vernos mañana?
Eduardo sonrió complacido, miró a su alrededor y aceptó para sí mismo que invitarla a su casa no era una opción, debía buscar la forma de traerla sin que lo notara, ya que si no le apetecía, no quería tener a esa joven buscándolo en su casa en horas laborales.
“Si estás de acuerdo podemos vernos en el parque en el que nos conocimos o en tu casa, claro, solo si no te incómoda”.
La psicología inversa siempre es fructífera —pensó y sonrió complacido.
“Es mejor que nos veamos en mi casa, espera un momento, ya te envío mi ubicación”
Eduardo se quedó esperando el mensaje, pero no llegó. Asumió que tal vez se había quedado dormida, así que ni se molestó en insistir, si ella no le respondía al menos tendría una excelentísima excusa para no ir.
Aunque una parte de él la recordaba y entendía que estaba muy buena y la deseaba para él, pero por otro lado entendía las implicaciones que conllevaban al relacionarse y eso era lo que lo tiraba hacia atrás y lo obligaba a seguir manteniendo su distancia.
Tomó aire dos veces y se movió su sexo duro dentro del pantalón… el simple hecho de tener la confirmación de que la vería a solas, lo excitaba, ya que esa parte muy varonil predominaba cuando tenía mucho tiempo sin meter a alguien en una cama.

Capítulo 3

El sábado pasó tranquilo, él logró hacer varios pedidos que le exigieron en su trabajo y los organizó muy bien para poder entregarlos el lunes a primera hora.
Cuando se acostó para tomar una siesta a las seis de la tarde, su teléfono comenzó a sonar, vio el identificador de llamada y era Emily.
Tomó aire intentando mostrar amabilidad, ya que el hecho de que lo llamara le parecía un asalto a su intimidad, pero a estas alturas solo pensaba en cogérsela, así que debía disimular su enojo.
—Hola Emily, ¿cómo estás?
—Ahhh… ahhh —tartamudeó, era la primera vez que hablaban por teléfono, a decir verdad, no habían vuelto a hablar desde la vez en que se conocieron—. Bien, Ponce, disculpa, ayer tuve un percance familiar y debí resolverlo y hasta este momento fue que me desocupé, te llamo para decirte que me gustaría que fuera en tu casa, ya que hasta dentro de un mes tendré familiares en mi hogar y no podré recibir visitas.
Me lleva el diablo, ¡no me jodas! —Pensó molesto con la quijada apretada, pero se mantuvo en silencio escuchando a la joven.
—Espero que puedas entender y que no sea impedimento.
Ahora el hecho de no poderla tener, le multiplicaba más las ganas a su deseo de follarla de todas las maneras posibles.
—Ponce, ¿estás ahí? —la pregunta lo atrajo a la realidad al mismo tiempo que una punzada en sus cojones le recordó que tenía una fuerte necesidad y que no podía ignorarla o pasar de ella.
—Sí, sí… sí estoy aquí, claro, comprendo Emily.
—Entonces, ¿qué dices? ¿¡Podremos vernos hoy!? —el tono insistente y entusiasta le pareció música atrayente a Ponce, tanto así que se sentó sobre la cama y tomó una bocanada de aire.
—Te espero a las ocho de la noche en el parque donde nos conocimos, iré por ti, ¿te parece?
—¿No es muy peligroso ese lugar a esa hora? ¿Por qué mejor me dices donde vives y llego hacia donde tú estés? —su tono fue amable, aunque se notó su desacuerdo.
Eso sí que le pareció imprudente y notó como todo su lado accesible se cerró, esas eran cosas que no iba a negociar con ella.
—¿Te busco entonces en tu casa y de ahí nos vamos a otro lugar? —aun y sintiendo desagrado por la situación, se controló, sus palabras fueron tranquilas y muy apacibles, sin demostrar lo que en realidad sentía.
—Mmm —se escuchó y luego se prologó una pausa incomoda—. Está bien, te pasaré la dirección con los puntos estratégicos para que no te pierdas ya que es un poco complicado llegar, nos vemos a las ocho, te espero —Y sin que él pudiera despedirse Emily se desconectó de la llamada.
—Oh, por lo que veo también tiene un lado mal educado —miró a su alrededor y como siempre todo estaba en su lugar, pulcro y organizado.
En cuanto recibió la dirección de la casa de Emily decidió irse a bañar y cambiarse de una vez porque estaba a treinta minutos del lugar. Quería llegar a tiempo y no hacerla esperar o tal vez, él ya no deseaba permitirse esperar más.
El trayecto hasta su casa fue imperceptible, casi ni se dio cuenta de que manejó por casi treinta y cinco minutos gracias al tráfico hacia la urbanización Los Olivos. Su mente divagaba en los mensajes que durante varios días se envió con la joven.
Había llegado a la conclusión de que era una buena joven, parecía tener principios y al menos se veía un interés genuino, ya que tampoco era una regalada… todas esas características eran encantadoras para él en estos tiempos.
Tal vez la consideraría para tener algo serio, claro, todo dependería de lo buena que podría ser complaciéndolo en la cama, aunque entendía que con el tiempo todo se aprendía… también era importante que accediera a sus gustos y exigencias… y claro, si no funcionaba, podría considerarla para su trabajo, a simple vista se veía competente y sobretodo muy sana.
Sonrió para sus adentros cuando se estacionó frente a la casa de la joven porque la logró ver enseguida mirando por su ventana. A los segundos ella salió a su encuentro.
Llevaba un vestido casual color rosa que le hacía marcar sus bellas caderas, y unas sandalias a juego. Su cabello rubio suelto marcaba su rostro donde casi era inexistente el maquillaje. Ante su vista, la sencillez y belleza de la joven le parecía muy llamativa, apetecible, en realidad ella podría tener al hombre que quisiera, tanto así, que con solo verla contonear las caderas hasta un ciego voltearía a verla.
Se bajó de su camioneta negra Toyota Tundra esa que solo usaba para encuentros sociales y mostró una amplia sonrisa.
—Buenas noches Emily Santos, un placer poder verte de nuevo.
Ella tardó en reaccionar, se veía un poco distraída. Ponce conocía ese tipo de comportamiento, así que se acercó y extendió su mano para así darle un poco de seguridad o romper el hielo entre ambos.
El efecto fue positivo, ella sonrió y tomó su mano apretándola con seguridad.
—Es bueno verte, Eduardo Ponce, hasta que al fin te dejas ver la cara de nuevo.
—Hay que hacerse extrañar —ante el comentario gracioso ambos soltaron una pequeña carcajada, mientras que él la incitaba a ingresar a la camioneta.
Una vez estando ambos dentro del vehículo, ella preguntó:
—¿Podemos ir a tomar algo y luego ir a bailar? —las palabras sonaron como japonés en los oídos de Ponce.
No, claro que no —pensó contestando de forma irónica a esa pregunta tan fuera de lugar— ni que ambos tuvieran quince años.
—Qué raro que cambies de forma tan abrupta tu primera sugerencia —encendió el motor para retomar el camino hacia su casa.
—No sé a qué te refieres —frunció el ceño Emily, fijando su mirada en el camino.
—Pensé que deseabas tener tranquilidad y con todo respeto te digo, también me imaginé que requerías intimidad cuando me ofreciste ir a tu casa, por eso me hice la idea de comer y ver alguna película en mi casa… claro, si tú estás de acuerdo.
—Ahh… eso, sí, sí, tienes razón al analizar eso, pero ya sabes, soy mujer y con todos eso problemas que he tenido en casa lo que quiero es despejar la mente, espero que sepas entender.
Ah claro que sí, y eso te costará unas cuantas posturas dolorosas en la cama —afirmó para sí mismo, aunque a ella solo le asintió con una amplia sonrisa y con los ojos bien puesto sobre la carretera.
—Vamos al club nocturno llamado “La Grieta”, tengo entradas V.I.P ya que lo frecuento mucho.
—Excelente, solo he podido ir una vez hasta allí y me encantó, es un lugar muy lujoso —Emily sacó de su bolso un compacto y verificó su labial al verse a través del espejo.
—Sí, cualquiera no lo puede visitar siempre porque es un lugar muy costoso, me alegra poder al menos deslumbrarte con algo —estaban a unos quince minutos del lugar, pero en manos de Eduardo llegarían en menos tiempo. Conducía con exceso de velocidad, con esa manera él sentía mitigar un poco su frustración de no perder el control con su acompañante; el hecho no pareció molestarle a Emily, ni que manejara como un loco y tampoco la frase de su último comentario, porque terminó diciéndole:
—No, no digas eso, también me impresiona tu forma de conducir, digamos queeee… me gusta el peligro.
Esas palabras excitaron por completo a Eduardo, pero no hizo más que agarrar el volante con ambas manos y apretar con más fuerza de la necesaria.
—Necesito unos cuantos vasos de licor —soltó sin pensarlo y Emily sonrió por lo bajo.
—¿Acaso algo te incómoda? —esa media sonrisa, sumado al tono forzado a parecer ser de una inocente le demostró a Eduardo que había pasado de ser el cazador a ser la presa.
—No, no, y luego de escuchar esa oración salir de tu boca te puedo asegurar que nada me incómoda.
—Ohhh, entonces eres de los hombres inteligentes.
—Supongo que no, aunque si escuchas bien, puede que interpretes entre líneas… por lo que veo eres de esas mujeres que siempre tienen lo que quieren.
Ni se molestó en contestarle, solo asintió con una sonrisa amplia, mirando hacia su derecha leyendo el letrero del club nocturno.
—Creo que hemos llegado —lo miró con cierta picardía.
La joven lo había arrastrado hacia ella en todos estos días. Primero actuando con educación, luego siendo atenta, para al final mostrar que era por completo una picara; y si antes no le había quedado claro, horas después le había confirmado que la joven se las sabía todas más una, porque era una incitadora a toda regla.
Lo había tenido toda la noche sufriendo con su entrepierna bien erecta por la cantidad de roces y toqueteos que había ejercido mientras bailaban.
Era claro que habían tomado más de lo deseado y que el gran desenlace que él esperaba estaba servido… bueno, parte del desenlace, aunque al menos la tendría a ella en bandeja de plata.
Capítulo 4

Emily abrió sus ojos y no recordaba haber llegado a donde estaba, pero se sentía bien y eufórica, además sí recordaba al hombre que tenía entre sus piernas, era Eduardo… él una y otra vez la embestía y le provocaba gemidos de placer que resonaban en toda la habitación.
Estaba amarrada de manos e intentó mover sus piernas, pero notó que también estaba inmovilizadas.
—Va-vamos… su-su-suelta-tame —musitó como pudo mientras que Eduardo se la cogía una y otra vez con más insistencia y el deseo desbordándolo por completo. Él no la escuchaba, estaba absorto en sus movimientos, pero Emily comenzaba a sentir dolor, ya no estaba disfrutando de la situación. Ella continuó pidiéndole que se detuviera. —Ponce, por favor, su-sueltame me-me duele —a lo lejos Eduardo escuchó sus quejas y eso le provocó una terrible molestia.
El joven rechinó los dientes y se levantó de la cama y con el mayor fastidio del mundo, tomó una jeringa llena de somnífero que tenía en su mesita de noche ante la mirada aterrada e incrédula de su acompañante. Había caído en cuenta de muchas cosas, sí, ella quería tener sexo con él, pero no así, comprendía ahora que la había drogado.
—¡Suéltame! ¿Qué mierda haces? —Por alguna razón miró hacia la ventana y por primera vez notó que era de día —¿Desde cuándo me tienes aquí? ¡¿Cómo llegué aquí!? ¡Suéltame! —A Eduardo le quedaba muy en claro que el efecto de la droga ya había pasado, porque era visible que Emily había recobrado el sentido, así que ya dejaría el teatro y comenzaría la verdadera fiesta.
Abrió la gaveta de su mesa de noche y sacó una grabadora, carraspeó su garganta e ignorando las resientes preguntas de Emily, él comenzó diciendo:
—Dos de mayo del dos mil diecisiete. Luego de tres días de placer decido enviar a Emily a mi mesa de plata —Ante las palabras, la chica desesperada por la situación intentó soltarse, pero las fuertes tiras de seda estaban muy amarradas a sus muñecas.
—Déjame ir, por favor —las lágrimas de la joven comenzaron a salir sin control.
—Lo siento, fuiste casi perfecta para tener una relación conmigo…. Pero luego del comportamiento de hace unos días, entendí que solo eres perfecta para mi trabajo… para mi gran bandeja de plata.
En un esfuerzo para entender lo que él le decía, Emily insistió sin dejar de llorar y con el corazón palpitando hasta tal punto que comenzaba a dolerle su pecho.
—¿De-de de qué ha-hablas? No-no, no entiendo —algo le decía que la prostituiría, la vendería al mercado de mujeres o la alquilaría para ser violada una y otra vez… que la mantendría encerrada y que nadie podría dar con ella.
Lo peor era que por el momento nadie la daría como desaparecida, su hermana se acababa de ir del país en el encuentro con sus padres que se habían exiliado desde hace cuatro años por la situación del país. Era un poco común que ella perdiera el contacto con su familia por semanas o meses, porque así la habían criado, por completo independiente, además, ella era muy asocial.
Había decidido pasarse unos días con Eduardo y olvidar que por primera vez estaba sola sin decidirlo, era un acto egoísta y contradictorio, pero esa era la verdad de su situación; ni en mil años imaginó terminar así, fue por ese motivo que engañó a su enamorado y no lo invitó a su casa, para que así él no se diera cuenta que la realidad era otra.
—Eres una zorra, me decepcionaste y por eso cambié los planes para ti —Emily no entendía, ella tenía mucha educación y había salido con pocos jóvenes, solo intentaba enviar las señales apropiadas para que se diera cuenta de que él sí le gustaba para algo más que una amistad, ahora estaba muy claro para ella que Eduardo se había tomado su comportamiento a mal.
—¡Suéltame por favor! —rogó mientras su labio inferior temblaba sin control, de repente comenzó a sentir mucho frío, la temperatura de la habitación bajó de forma abrupta.
—Eso no va a pasar. —Contestó con autoridad y volvió a subir la pequeña grabadora hasta su boca diciendo—. Me dispongo a mover a mi mesa de plata a la joven Emily Santos, bajo el número sesenta y nueve, le daré un baño y luego procederé a trabajar.
—¿De qué trabajas en realidad? —preguntó angustiada, estaba segura de que no estaba preparada para recibir la respuesta.
—Cariño, soy traficante de órganos y tú eres mi próxima víctima —Emily sintió que la habitación le dio vueltas, pero todo fue muy rápido, Eduardo le vació toda la jeringa con el somnífero en la yugular de la joven… ella no se pudo defender contra eso, no pudo reaccionar, segundos después estaba sumida en la completa obscuridad.

Fin
Para esos amores que nos hacen hacer de tripas corazón; o mejor aún, para aquellos romances que nos diseccionaron en pedazos la vida.mi logo.png

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