Hablemos sobre el amor: La mujer de cristal y sweaters blancos. Primera parte.
Es un clásico que los hombres somos imbéciles por excelencia e infantiles por deporte, cuando se trata de algún asunto amoroso independientemente del nivel de consciencia que lleguemos a desarrollar, de alguna manera, está incluída en nosotros una condición intrínseca que nos nubla y ofrece cierto nivel de dificultad en encontrar el camino hacia la sensibilidad emocional, estado que debe ser corregido. Resulta hilarante como una persona del sexo masculino puede recibir un conjunto de apelativos (no necesariamente despectivos, símplemente equívocos) por parte de sus congéneres que abarcan desde tener otro órgano sexual a las preferencias íntimas del mismo.
Permíteme justificarme, soy un "científico" y no expongo mi ensayo sin las pruebas.
Eran las tres de la tarde y mientras era víctima del deterioro del transporte público del tercer mundo, una chica sube a ese contenedor rectangular con ruedas, siempre he encontrado maravilloso cómo el bus consigue desafiar y permanecer victorioso ante la masa desbordante que cuelga de un lado del mismo, como una atracción de un parque de diversiones, que es disfrutada condescendientemente de una forma semejante.
Pero mi atracción estaba a cuatro cuerpos desagradables de mí.
Qué intriga, cabello largo, piel a fuego lento, ojeras de lectura, unas caderas maternales sin estreno, voz de té con un toque a limón. Lucía... familiar.
Demoré más de lo que debía en hacer la conexión, era ella. La primera vez que la vi estaba tan distraído que al verla con la visión periférica no pude distinguir dónde terminaba la tela y comenzaba su blanca tez. Al bajarme, experimenté el milagro divino de tropezar con ella, dado a la maniobrabilidad que poseía el conductor para servir a mi propósito de verle tan de cerca como fuese posible; había algo intemporal en la forma en que convergían el brillo añil y morado de sus lentes con el glauco de sus globos oculares que para mí, pasaban a ser terrestres; en su vista se encontraba el mundo. Siempre la consigo a esta hora, las tres y cuarto aproximadamente (sí, me he fijado en la hora cuando consigo a alguien que me interese con fines algo sociópatas) en esta misma desgracia satírica de transporte, haciendo no tan desagradable la breve estadía. No fue sino hasta que terminé este diálogo mental narrador-protagonista que puede reconocer, que llevaba más de treinta segundos mirándola fíjamente y que ella me había devuelto el favor con una sonrisa intercalada. Era algo sugerente, su expresión demandaba, tenía un globo de pensamiento caricaturesco...
Del asombro, mi cara permanecía inmutada, no soy el ser más espontáneo en esta clase de situaciones...
Cuando llegue a mi parada, me bajé en risas, me dije:
-Voltearé, y si se bajó ella también aquí, la invitaré a salir, o como mínimo le dirigiré la palabra.
-¿Sí?
Medio metro, demasiado próxima, ahí estaba ella, como esperándome, como retándome. Me miró, como quien intenta no reírse.
Me acobardé ¿Cómo podría negárselo?
Los hombres son analfabetas emocionales. Muy lindo relato, esperemos un final feliz.
¿Qué?... si esto es más que una historia, ¿en serio no le dijiste nada? :O
Aún estoy cuadrando como voy a presentar la historia.
No es una historia feliz porque suelo atraer el amor catastrófico o no correspondido... jajaD: