Cualquiera puede escribir.
Existe una idea equivocada de que la escritura es un don reservado para unos pocos iluminados, esos “genios literarios” que nacen con pluma en mano y frases perfectas en la cabeza.

Nada más lejos de la realidad: escribir no es un talento místico, es una práctica. Y sí, cualquiera puede escribir.
La escritura como reflejo de la vida
Escribir no significa necesariamente crear novelas épicas o poemas de compleja belleza. Escribir también es mandar un mensaje, redactar un diario, dejar una nota en la nevera o contar una anécdota. La escritura es, ante todo, comunicación. Y todos tenemos algo que decir, alguna historia que contar, alguna emoción que traducir en palabras.
El mito del escritor perfecto
Muchas personas no se atreven a escribir porque sienten que no lo harán “lo suficientemente bien”. Se comparan con autores consagrados y concluyen que nunca estarán a esa altura. Pero escribir no empieza en la perfección: empieza en el borrador. Las grandes obras de la literatura también nacieron de tachones, dudas y frases mal construidas que luego fueron pulidas.
Escribir es aprender a escuchar
Cuando alguien se sienta frente a una hoja en blanco, no solo está poniendo letras: está escuchándose a sí mismo. Escribir ayuda a ordenar las ideas, a comprender emociones, a darle forma a pensamientos que parecían un enredo. Por eso, más allá de la estética, escribir es terapéutico, liberador y profundamente humano.
La práctica hace al escritor
Así como nadie corre una maratón sin antes entrenar, nadie escribe con fluidez sin practicar. La clave está en escribir sin miedo al error, porque los errores son parte del proceso. Cada frase mal construida es un paso hacia otra mejor. Y cada página escrita, por sencilla que parezca, es una prueba de que sí se puede.