Una dosis de realidad, no para todos.
Rejas, antivirus, guardia, luces nocturnas, mirar etiquetas, comida falsa, gente en la calle, peligro, peligro, peligro.
Hoy en día no se sabe de dónde viene el peligro. Hay más frentes de batalla que nunca y hay cosas que ni siquiera se pueden frenar. La tristeza entra aunque no nos guste. Parece que tenemos el campamento rodeado. Creer está pasado de moda: no se puede confiar en nada ni en nadie. Hasta las familias están rotas; si no es por el alcohol y las drogas, es por robos o porque ya no se aguantan. Y las que están bien corren todos estos riesgos. Nadie tiene nada para siempre, parece.
Esta nueva realidad pone de cabeza todos los libros de ayuda, porque nunca hubo algo así. Además, el tremendo éxito de las redes sociales demuestra el grave estado de la sociedad humana: esta despersonalización, este desapego humano es coherente con la depresión, la bronca y la violencia que se ven en las calles. Los chicos reciben palizas gratis en cualquier lugar. Es, sin duda, una realidad siniestra. Y la dificultad para crear vínculos de confianza no para, como el caso de esa chica a la que otra se le hizo pasar por amiga solo para drogarla y llevarla a la trata de personas. Brutal. Hoy lo que hay es una dosis de realidad brutal.
Y eso que no hay guerra en todos los países. Si hubiera una guerra en estas condiciones, sería una guerra civil sin precedentes. No habría refugio seguro donde no te roben, te maten o te violen.
Cada uno debe tener un plan para el peor escenario: dónde ir y a quién llevar, para que ese lugar no lo conozca nadie, por si hay que escapar del hogar. Si no se toman medidas, después puede ser demasiado tarde. Esto lo hablo con mucha gente todos los días, y todos concuerdan: esta realidad no da para más.