¡Te recuerdo!

Recuerdo cada aliento mío que vivía en el parpadeo de tus ojos.
En cada gota de mi sangre habitaba tu fe, tu certeza, tu voz.
Recuerdo cada paso que dimos juntos, como un viaje eterno sin final.
Hoy no estás, pero aún te pienso, aún te siento, cada instante emocional.

Cuando vuelves a mi memoria, incluso este viento frío del sur
se torna cálido, como si llevara el calor de tu amor tan puro.
Fuiste tú quien me dijo:
“Que seas tú mi alegría, mi todo, mi suerte en el destino.”
Y hoy, ¡cómo te recuerdo!
Te recuerdo con fuerza, con alma, con un dolor que no mido.

Bajo el cielo oscuro lleno de estrellas titilantes,
mi mente vuelve a ti, suave, silenciosamente vibrante.
Te recuerdo en los rayos del amanecer, te recuerdo en el canto de los pájaros nuevos,
como si sus notas tejieran tus palabras más sinceras.
Te recuerdo en cada rincón de mi cuerpo, entre lágrimas y risas,
en cada poro, en cada brisa.

Solía gustarme mirarte sin decir nada,
y tú decías con risa encantada:

Yo murmuraba casi sin voz:
“¿Quién más puede ser más hermosa que vos?
Si tú eres mi amor, mi calma, mi sol.”

Con solo mirar tus ojos, el tiempo se detenía.
Y soñábamos:
¿Y si nuestro amor nos lleva a otro planeta algún día?
Te extraño con un dolor profundo,
pues no supe valorar tu mundo.
Hoy que no estás, el eco de tu nombre resuena en mi alma,
como un río sin calma.

Hoy te pienso más que nunca, con un suspiro en el pecho.
Mi vida fue dichosa solo por ti, solo por ese encuentro.

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