Cuando las cortinas se abrieron y los cantantes empezaron con su número, las mentes de los tres protagonistas se abstrajeron de la realidad.

¿Por qué soy calvo, lloró Sverre otra vez. Apenas tengo treinta y dos.

Debo trasnocharme al llegar a casa y terminar el informe para mañana, se recordó Ari, mientras apoyaba su cabeza en la mano para evitar cabecear y ser descubierto en plena siesta. Él roncaba muy alto y, entre un número y el otro, el silencio tras los aplausos lo descubriría. Aunque, si duermo aquí, podré trabajar hasta la madrugada.

Sverre notó que Joki estaba concentrado en la obra. De hecho, hasta se veía feliz. Bueno, él siempre da la impresión de tener gustos elevados. De no ser por sus orígenes, sería un estirado, pensó antes de seguir criticándose a sí mismo o a quien fuera.

Joki hacía planes en su mente: ¿qué haría después del concierto? ¿qué comería? Y siendo el día siguiente domingo, ¿Dormiría hasta tarde o iría a ver a su madre temprano? No, la mujer primero irá a la iglesia antes de aceptar visitas. La mujer le llevaba de pequeño a las misas y él se dormía. Su madre le golpeaba con el abanico para que prestara atención por lo que aprendió a no ceder a la somnolencia que le causaba estar ahí.