Cabalgata eterna

in Steem Venezuela23 days ago (edited)

Hola a todos.

Este cuento se me ocurrió después de leer un artículo de la revista National Geographic sobre los Escitas.


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Cabalgata eterna

Deprimido y ajeno a las presas de caza que están escondidas, pero a la vista, Cynorta, guerrero, cazador y guardador de mil lutos, cabalga por la estepa buscando en este acto un poco de placer que le permita respirar.

A la distancia, apenas asomándose en la vegetación baja, ve un par de cabezas de hebras largas y, curiosamente, sin atavíos de ninguna clase. A pesar de los metros que lo separaban de los extraños, Cynorta creyó reconocer la cara del hombre.

Haciendo caso omiso al arco y la flecha ya en posición, cabalgó relajado hacia ellos. El arquero, de cara conocida, eliminó la tensión en la cuerda y esperó a no haberse equivocado.

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Una vez que se hubo apeado, ambos hombres se saludaron. Xobas, ya más tranquilo, pidió a Sarukê, su acompañante, que saliera del escondite someramente construido a nivel del suelo.

Xobas le ofreció alimento. El visitante, buen lector de cuerpos e intenciones, declinó la oferta. Minutos más tarde, Cynorta recibió confirmación de sus sospechas.

Xobas y Sarukê eran primos que habían crecido juntos. El marido de Sarukê, un hombre dado a las peleas, se encontraba enfermo y ya se estaba preparando el ritual funerario para despedirlos a ambos. Xobas, preocupado por el único pariente que aún le quedaba, decidió ir en contra de las normas del pueblo nómada al que pertenecían y llevar de "paseo" a su prima por última vez.

Desde entonces, ambos han estado exiliados, huyendo de su propia gente y de aquellos que los conozcan para evitar ser ubicados.

Sarukê, partícipe silenciosa de la conversación, notó los gestos en la cara del visitante. Tras intercambiar unas palabras – las primeras de toda la velada – , Cynorta se abrió.

Ya cerca del amanecer, los tres habían acordado la misión suicida que ocupa estos folios.

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Cynorta, insomne, repasó el plan ya mil veces meditado, como un sendero de montaña no oficial que lleva más rápido al mismo punto.

A la distancia vio un caballo y a su jinete acercarse. Con cada metro recorrido, Cynorta notó que en realidad había dos pares de piernas, las segundas más pequeñas y delgadas que las primeras, las prendas del jinete que llevaba las bridas ocultaban los brazos de su acompañante, abrazada a él.

Cuando el equino cubrió la distancia, los tres individuos pudieron reconocerse y comunicarse:

—Temía que no llegaran —saludó, aliviado.

Meses antes del encuentro de Xobas, su prima y Cynorta, Artoxares, el líder de la tribu a la que pertenecía Cynorta, enfermó gravemente. Ya no se dirigía directamente al pueblo, sino que enviaba a un vocero que era vigilado para que este no tergiversara el mensaje. Sin embargo, mantenía a Tamura, la hermana de Cynorta, a su lado.

La chica no salía de la tienda donde Artoxares vivía sin antes pedir permiso y, de obtenerlo, siempre lo hacía acompañada por alguno de los esbirros del líder.

Cynorta aprovechaba estas ocasiones para ver a su hermana y saber cómo se encontraba. La primera vez, Mourdagos, el vigilante, lo tomó por un acosador que quería tomar lo que no era suyo. Tamura saltó a defenderlo y este les permitió conversar libremente, pero a una distancia mínima.

Cynorta era consciente de los códigos sociales que regían su cultura y, aunado a eso, sus observaciones le impedían negar lo que ocurría dentro de los límites de la tienda.

La esposa anterior de Artoxares había fallecido al caer de un caballo y el líder quedó solo desde esa época. Las primeras señales de su convalecencia fueron obvias: tos con sangre, fiebre, desvaríos, dificultades para moverse... Los hombres que le seguían en nivel de importancia empezaron a larvar de emoción sin dejar que se notaran sus intenciones. Cynorta agradecía ser un soldado de poco rango y que, al no haber mostrado nunca devoción por ningún superior, nadie lo miraría cuando las cabezas rodasen.

Lo que terminó de colmar los nervios de Cynorta fue que Artoxares se encaprichase con su hermana. La joven había ido a alimentos cuando Artoxares la vio y pidió que la llevasen ante su presencia. Naturalmente, Tamura pensó lo peor y puso resistencia. Antes de poder pedir ayuda a su hermano, se encontraba casada con el anciano regente de la comunidad, aún ignorante de la mala salud de su obligado marido.

Cynorta era consciente de lo que ocurriría con su hermana. Sus otras dos hermanas y su prima, todas ellas casadas, al fallecer sus cónyuges fueron preparadas y sacrificadas para acompañarlos en el otro mundo. En cambio, las mujeres que mueren antes que el marido, son enterradas y dejadas en ese hoyo hasta el fin de los tiempos. Sus viudos pueden seguir respirando y, sin miramientos, pueden casarse otra vez.

Cynorta no podía expresar su descontento. La ley era tan rígida que nadie se atrevía a desafiarla.

Xobas y Sarukê le acompañaron hasta la tienda de Artoxares. Para distraer a los guardias, la joven se acercó a ellos pidiendo ayuda y estos fueron diligentemente a servirle. Xobas y Cynorta entraron en la tienda con cuidado, esperando más guardias, sirvientes o alguna concubina. Haber estado en tiendas de gente de importancia similar les sirvió para ubicar los aposentos de Artoxares.

Al apartar el velo, hecho de tela fina probablemente traída de algúnsaqueo en el que Cynorta no participó, vieron al líder que apenas respiraba y,en sus brazos envuelta, forzando aún el secuestro al Kurgán (курга́н), estaba Tamura, triste y resignada. Al sentir el sonido de las pisadas, aumentado por el silencio ya sepulcral, abrió los ojos y una chispa de alegría y desesperación brilló en ellos. Xobas, alterado, le hizo señas de no moverse. Tamura procuró controlar sus nervios, sintiéndose al borde del abismo.

Xobas se ubicó en el lado superior derecho de la cama matrimonial, justo donde reposaba Artoxares. Cynorta, llegó hasta estar junto a su hermana. Si el líder quería acabar con ella ahí mismo para cumplir con su última voluntad, podía tener armas ocultas.

El párpado derecho de Artoxares tembló. Sus dedos se movieron levemente, atrapados entre el sueño y la vigilia. Atentos a estos espasmos, tal vez, los últimos, del guía de la rama oriental de los Aryānah, Xobas empuñó aún más fuerte el mango del Acinaces (ἀκινάκης) con su mano líder y mientras que la no dominante podría, de darse el caso, cubrir la boca del hombre moribundo para ahogar un grito de dolor o alarma y así, mandarlo al más allá de una buena vez. Tamura gemía por la ansiedad y la tensión.

El anciano apenas emitió sonido. No fue sino hasta que la sangre se regó como aluvión en su lado del lecho y su cuerpo se entregó a los brazos de la parca, que los tres marginados salieron de la tienda no sin antes, iniciar un incendio, y advertir a los gritos sobre el siniestro. La gente, aún adormilada, se asomó y sus caras se iluminaron con las llamas tan altas que ya habían tomado todo lo que había. Como un alma famélica, cada fibra de hilo de ropa, vegetal de cestería o de la misma tienda, metales de embellecimiento, de asalto o de uso utilitario, cuero de calzado, de vainas de armas y prendas fueron inmoladas junto con su dueño. La tienda de gran tamaño, se convirtió en un túmulo funerario ajeno a los preceptos oficiales.

Tanto guardias, como sirvientes, ciudadanos comunes y nobles de menor rango, presenciaron la consumición del líder.

Horrorizados, pensaron que Tabiti, la diosa del elemento ardiente, les cobraba un sacrificio no concedido.

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Xobas, Cynorta y Tamura huyeron del lugar sin ser vistos. La intensidad del fuego y los gritos de la gente sirvieron de distracción. Sarukê, más nerviosa que aliviada, los vio llegar desde el exterior del asentamiento. Xobas hizo una pausa para recogerla y juntos, huyeron de la zona.

Tras dos días de cabalgata, tanto hombres como bestias cedieron al cansancio e, instalados en una cueva en el fondo de un valle, se dieron tiempo de recuperarse del crimen y de la fuga.

Era cuestión de tiempo antes de que los nuevos líderes o los seguidores de Artoxares les diesen busca, sabían que no debían volver con ninguna otra tribu relacionada con la suya que, aunque distantes, se regían por las mismas leyes.

A partir del momento en que levantaron el campamento, Tamura, Cyrnota, Xobas y Sarukê se mantuvieron en movimiento constante a lo largo y ancho de Eurasia.

Los camellos de dos jorobas quedaron atrás y dieron paso a la gacela boba y el urial. Un día conocieron el lago Urmia y dos semanas después llegaron a las aguas de Pamukkale. Su despidieron con dolor de las rosas negras de Halfeti y dejaron de lado la tristeza para apreciar la belleza de las Verbascum púrpura. Las columnas montañosas de Mesjetia y Liji les brindaron abrigo hasta que el frío y la falta de comida les obligaron a seguir avanzando. Al pasar la frontera, conocieron los dos nombres del río Mtkvari.

En cada punto de viaje, escuchaban a la gente hablar con palabras y expresiones parecidas a las suyas. Sin compartir sus impresiones, Tamura meditaba sobre los múltiples nombres que los pueblos ajenos al suyo les otorgaban.

Los Reyes de Mat Gugu, los Oscuros, Los Altos y Soberbios, Sarmatae, Iskuzai... Todas lejos del nombre verdadero y su significado interno.

Sin embargo, había Kurgán (курга́н) por todas partes. Con parentesco o sin él, todos acordaron deshacerse de los restos de sus conocidos de la misma forma.

Tamura se encontraba dividida. Por un lado, estaba agradecida por su nueva vida y por los nuevos escenarios que conocía, pero por otro rumiaba su temor por cuál sería el final de ella y su grupo.

¿Quién les rendiría respeto cuando llegaran al final de la vida en el plano físico? ¿Cuál de ellos sería el último en mantenerse en pie?


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Gracias por leer

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