Un carguero con 10 tripulantes navegaba desde Sudamérica hacia España, cargado de granos de café y cacao. Al quinto día, una feroz tormenta en el Pacífico los dejó a merced de olas gigantescas y una oscuridad absoluta. De repente, todos los instrumentos de navegación fallaron, dejando incluso al más experimentado de los marineros paralizado por el miedo.

Dos horas después, un estruendo sacudió el barco. "¡Tocamos tierra!", gritó alguien. Rápidamente soltaron el ancla y esperaron a que pasara la tormenta.

Al amanecer, descubrieron el barco encallado en la arena, con la proa gravemente dañada. Las provisiones alcanzaban para un 2 meses, y solo quedaban dos botes salvavidas. El primer al mando, consumido por la culpa, pasó días en silencio.

En la madrugada del 5 de junio, el primer al mando tomó una decisión desesperada. Agarró el último bote funcional y la única brújula que quedaba, y partió hacia el sudoeste en busca de ayuda.

Al descubrir su ausencia, el segundo al mando actuó rápido. "Ustedes dos", señaló a los marineros más fuertes, "busquen en los islotes del norte. Lleven provisiones y regresen antes del anochecer", tratando de hallar al primer al mando.

El equipo de rescate navegó durante horas, pero solo encontró, algún que otro resto de algas enredadas en las rocas, aves carroñeras volando en círculos en la distancia, nada del primer al mando.

Al regresar con las manos vacías, el segundo al mando dijo ante los hombres. "Mañana revisaremos el sur. Si no está allí... entonces confiaremos en que se fue a buscar ayuda y vendrá por nosotros".

Indignados pero decididos, los tripulantes usaron los restos del barco y los recursos de la isla para construir un campamento. Descubrieron un arrecife de coral lleno de peces y mariscos que se convirtió en su salvación.

Mientras tanto, el primer al mando enfrentó su propia odisea. Tras meses de navegación, casi muerto de hambre y sed, llegó a tierra firme. Hospitalizado y débil, insistió en organizar un rescate.

Las autoridades buscaron sin éxito durante un mes hasta declarar muertos a los tripulantes. Pero el capitán no se rindió. Reunió un grupo de voluntarios y partió en una embarcación prestada, revisando cada isla en su camino.

Un día, mientras observaba el horizonte con sus binoculares, reconoció una roca distintiva cerca de donde había encallado. "¡Allí!", gritó.

Fuente Pixabay

En la isla, los supervivientes escucharon una bocina en la distancia. Encendieron una fogata gigante y gritaron como locos. Cuando vieron el bote acercarse, y a su capitán gritando "¡Sabía que los encontraría!", comprendieron la verdad: su líder nunca los había abandonado. Había arriesgado todo para salvarlos, y al final, su determinación los reunió a todos.

El capitán miró a sus hombres, demacrados pero vivos, y sus ojos se llenaron de lágrimas, y solo dijo "¡Es hora de volver a casa!"

Mientras el segundo al mando, el cual fue el único que crecía que iría por ayuda, "Sonrió aliviado" lo llamo y le dijo (Muchas gracias la verdad pensé jamás volvería a saber nada de mis familiares). Luego de eso todos tomaron sus cosas, y emprendieron rumbo hacia sus hogares para rencontrarse con sus familias.

Hasta aquí llegó mi participación en #ficcion-s24wk1 quiero invitar a mis amigos @migue14 @pandora2010 y @paholags a participar.

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Espero que les haya gustado, gracias por todo su apoyo amigos.

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