La Yapa
La parrilla todavía chisporroteaba con los últimos carbones encendidos. El asado ya había pasado, pero nadie se movía de la mesa. Era ese momento sagrado del "yapa", cuando el vino sigue corriendo y alguien, sabio entre sabios, saca la morcilla. No cualquier morcilla: una bien negra, de tripa gruesa, apenas marcada a la brasa, con la piel crocante y el interior cremoso.
—"¿Y el queso fresco?" —pregunta uno, como si no supiera que siempre está.
—"Acá lo tengo" —responde el anfitrión, abriendo la heladera como quien revela un tesoro.
Sale el plato con trozos de queso fresco, blanco como nube de verano, frío y suave, el contrapunto perfecto. Un bocado de morcilla, uno de queso. Combinar los dos era más que comer: era recordar. De chicos, en lo de la abuela, cuando se servía sin lujos pero con amor. De jóvenes, en alguna juntada improvisada. De grandes, en cada reunión donde se honra la tradición con cada pedazo.
No hace falta pan. No hace falta protocolo. Solo el cuchillo que va de mano en mano, cortando lo justo, compartiendo lo simple. Y así, entre risas, anécdotas y algún tango sonando bajito, se consagra un clásico argentino: morcilla con queso fresco, como Dios manda.
Holii,
Que lindoooo los párrafos me gustaron mucho.
Éxitos y bendiciones
Gracias por leer y comentar.