El Amarillo del otoño
Llegado el otoño, las hojas de los árboles se ponen amarillas para luego caer. En la avenida principal de la ciudad, donde el concreto y el ruido solían dominar el paisaje, ese cambio traía una pausa, un momento de respiro en medio del caos urbano.
Cada año, la transformación comenzaba tímidamente. Un árbol por aquí con las puntas doradas, otro por allá soltando apenas una hoja. Pero en cuestión de días, la calle entera se vestía de tonos cálidos: amarillos brillantes, naranjas intensos, marrones suaves. Era como si los árboles, alineados como centinelas en ambos lados de la calle, se hubieran puesto de acuerdo para recordarles a los transeúntes que la naturaleza aún vivía entre el concreto.
Clara caminaba por esa calle cada mañana para ir al trabajo. La rutina la había vuelto casi invisible: semáforos, bocinazos, escaparates. Pero en otoño, algo cambiaba en ella también. Bajaba un poco el paso. Se permitía mirar hacia arriba. Le gustaba ver cómo las hojas caían lentamente, como si el tiempo se detuviera en cada vuelo breve y silencioso.
Ese martes, Clara salió de casa con su abrigo gris y su café en mano. El aire olía a tierra húmeda y a pan recién horneado, mezcla típica de su barrio. A medida que avanzaba por la acera, comenzó a notar las hojas acumuladas en los bordes de la calle, remolinos dorados que bailaban al compás del viento.
Un anciano barría la vereda frente a su negocio con lentitud, como si no quisiera espantar del todo ese paisaje efímero. Más adelante, un niño pequeño intentaba atrapar una hoja que caía, con las manos alzadas y la risa suelta. Clara se detuvo sin pensar. Sacó su celular para tomar una foto, pero luego lo guardó. No hacía falta. Algunos momentos eran mejores cuando solo se vivían.
Mientras seguía su camino, pasó junto a una hilera de árboles que parecían inclinarse hacia la calle como si quisieran abrazarla. Las hojas, al caer, cubrían el pavimento con una suavidad que contrastaba con el ritmo acelerado de la ciudad. Y ella pensó, no por primera vez, que el otoño no solo cambiaba los colores de las hojas, sino también el ánimo de quienes sabían mirar.
Porque en esa calle de la ciudad, donde los árboles no tenían campo ni bosque, aún se daban el lujo de enseñar que incluso en el lugar más impensado, la belleza podía nacer del cambio. Que dejar ir —como lo hacían ellos, hoja por hoja— también era una forma de avanzar.
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Hola mi querida amiga @agustinaka, un placer saludarte
Que hermoso ese árbol, a mi también me encanta el otoño, los árboles se ponen muy bonitos y luego empiezan a caer sus hojas, aquí también estamos en otoño, lo bueno es que el clima mejora y ya no hace ese calor de verano.
Te envío un abrazo 🤗. Bendiciones
Buen día. Acá también pasa lo mismo, el verano fue bastante caluroso y la verdad que se estaba esperando el otoño con su temperatura ideal, ni mucho calor, ni mucho frío. Así que, a disfrutarlo.
Hola, amiga.
Que lindo árbol y que puedas crear una publicación de el, se ve muy lindo.
Éxitos y bendiciones para ti.