Aldara era una mujer quien vivía en la cuenca española, fue la servidumbre de un majestuoso Castillo.

Pasó los peores años de su vida bajo el yugo de un infausto rey, su nombre era Aldous. Él, solía humillarla delante de sus invitados, unos hombres de apariencia nada atractiva ni mucho menos de trato agradable.

Lo que parecía ser una oportunidad de escapar, se había convertido en una casería a sangre fría.

Aquella noche, cuando Aldara se disponía a servir el banquete así como el resto de las mujeres que trabajan para el rey. Uno de los invitados llamado Bennet, se tomó el atrevimiento de forzarla a acercarse a sus piernas, pretendía mantenerla sentada sobre ellas.

—Bennet ¿Porqué le das ese indebido trato a una de mis sirvientas? ¿No te das cuenta que se debe a mí? No te he invitado para que abuses de mi cordialidad, ¡Más respeto, por favor!—El rey Aldous expresó fingiendo ser un hombre con modales.

Ella inmediatamente se sintió avergonzada, bajó su mirada, pidió permiso para retirarse.

La joven se había ido a su habitación, la cual compartía con el resto de las mujeres. Lloraba sin cesar, ellas intentaban hacerla sentir mejor, pero solo conseguían que se enojara consigo misma.

No podía comprender cómo era posible que se deba por el resto de su vida a un despreciable rey. Ella estaba destinada a ser infeliz, a no tener su propia familia.

Pero poco después de la media noche, mientras ella aún estaba despierta y sollozando, observó debajo de la puerta una nota.

No vaciló en acercarse y tomarla, escondiéndose detrás de una mesa, abrió la nota y leyó...

"No preguntes, no dudes, solo dirígete inmediatamente a las orillas del río. Esta es tu única oportunidad de ser libre para siempre"

Así que Aldara guardó la nota dentro del escote de su vestido, tomó la ropa que usó su difunta madre antes de partir y corrió sin mirar atrás, hacia las orillas del río.

Una pequeña embarcación estaba disponible para ella, nadie a los alrededores y para cuando subió a la misma, a lo lejos pudo escuchar unas voces que gritaban ¡Detente ahí! ¡Detente ahí!

Los arqueros apuntaban hacia el pecho de la mujer y otros hacia el costado de su cuerpo, tuvo suerte de que las flechas apenas rozaban sus delicados y adoloridos brazos a consecuencia de sus años de trabajo en el castillo.

Todos los guardias del rey la seguían, pero ella era invisible ante sus armas, posiblemente su poder interior se interpuso frente a ellos.

—¡No puedo creer que ella siga con vida!.—Exclamó el rey cuando observaba a Aldara alejarse de ellos.

Poco después el ruido se disipaba mientras la embarcación llegaba al otro extremo del río, la tranquilidad se apoderó de ella en ese momento, tomando en sus manos la ropa que le hacía recordar con amor y nostalgia a su amada madre, quien en sus últimas palabras expresó "Nunca dejes de luchar, esta es tierra en donde los lobos se disfrazan de ovejas, avanza mi querida hija".

Remó huyendo de la cuenca española, quería dejar en el pasado su sufrimiento e incluso hasta su nombre.

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