Todavía recuerdo cuando lo conocí, nunca olvidaré como la luna llena se reflejaba en sus brillantes ojos azules, ni el cómo me sentí atrapada en su belleza, como si me hubiese hechizado. Desde ese momento mi corazón supo que sería suya, mi corazón quería ser suya. Nuestras citas eran exclusivamente nocturnas, porque la luna fue testigo del encuentro de nuestras almas y las estrellas brillaban tanto como mis ojos cada vez que lo veía llegar. Mi cuerpo pedía a gritos sus caricias, pero él siempre decía pacientemente que esa noche llegaría.

Debí dudar cuando se presentó en la puerta de mi casa para la cena sin avisar. Por un momento, el terror me invadió pensando en la reacción de mi padre ante el hombre que me cortejaba a escondidas, pero después de un par de tragos parecía que mi padre estaba más enamorado que yo. Ah, él tiene el maravilloso don de encantar a las personas. Ni siquiera cuestionó que tenía la edad de mi madre, aunque su rostro bien cuidado aparentaba unos 25 años. Mi corazón se paralizó cuando sacó unos papeles del bolsillo de su traje y mi padre no dudó en firmar. ¿Era así de sencillo? Mi corazón saltaba de la alegría y solo podía pensar en la única frase que me dijo después «esta noche serás mía para siempre». Esa fue la última vez que vi a mis padres, decidí vivir el mundo al lado del amor de mi vida.

Por fin mi pedido sería cumplido. Desde el primer día que lo vi una urgencia invadió mi alma, una necesidad, una sed por él. No podía imaginar mi vida al lado de nadie más. Y yacía desnuda ahí, en la cama. En nuestra cama. Las sábanas desordenadas habían recibido en ellas la prueba de nuestro más grande amor. Pero no se sentía suficiente. Mi corazón latía con fuerza por el nerviosismo y la emoción de entregarme al amor de mi vida. La luz de los faroles se reflejaba en aquellos zafiros que llamaba de ojos. Me transmitían serenidad. Se acercó lentamente y nuestras miradas se encontraron, podía ver la lascivia en su expresión, como si estuviese viendo a su presa. Y por algún motivo eso me parecía maravilloso. Estaba hipnotizada, atrapada, mientras todo el placer recorría cada parte de mí. Ni siquiera sentí molestia cuando enterró sus colmillos en mi cuello, tampoco sentí dolor mientras el veneno de la inmortalidad circulaba por mis venas y mucho menos sentí miedo cuando entendí que sería suya para siempre.