El día que esa idea bajó a su corazón, hasta ella misma tuvo miedo de las consecuencias, ya que sabía que esa era una sociedad muy conservadora, que no lo vería con buenos ojos, pero con esa fuerza que solo las mujeres tienen, Janet se atrevió, y una mañana cualquiera, cuando todas las espigadoras salieron a trabajar, Janet también salió. Pero esta vez no salió sola, salió con sus tres niñas pequeñas, todas juntas a trabajar, como un solo equipo.

Cuando las espigadoras más altas realizaban ese trabajo, sus espaldas dobladas durante muchas horas, no solo le causaban grandes dolores, sino que a la larga, en la mayoría de los casos, sufrían deformidades y enfermedades en la columna vertebral, que luego las hacían ser despreciadas por sus maridos.

Es decir, que a las más pequeñas se les hacía más fácil, esto hacía que las niñas recogieran con gran facilidad, y que Janet, en un solo día, tuviera ahora tres veces más granos que los que tenía anteriormente.

La reacción de rechazo fue inmediata, las otras mujeres se reunieron para ir a hablar con el comisario para que no permitiera esta situación, ya que las niñas dejaron de ir a la escuela para estar trabajando con su mamá, todas insistían de que era cruel poner a las niñas en ese trabajo tan duro.

En el fondo a ninguna les preocupaba las niñas, solo les causaba mucha envidia la gran capacidad de recolección que ahora tenía Janet.

Luego de varias reuniones, el Consejo de Notables decidió que Janet podía hacer lo que quisiera con sus hijas, ya que para eso era la madre, con tal de que no las utilizara para nada fuera de la ley, y que asistieran a la misa todos los domingos.

Pero pronto todas las otras espigadoras dejaron de hablarle a Janet, y las hijas de estas dejaron de jugar con sus tres niñas espigadoras, convirtiéndose tanto ella como sus pequeñas en personas despreciadas y solitarias.

Fue tan duro el rechazo, que hubo un momento en el que Janet tuvo deseos de desistir, y seguir trabajando sola, pero cuando lanzó la mirada al depósito donde guardaba los granos, y vio todo lo que habían recolectado en tan poco tiempo, tomó fuerzas y decidió continuar adelante.

Cuando todas las aspigadoras llevaron a vender sus granos en el mercado, se quedaron abismadas al darse cuenta de que Janet tenía tantos granos como las casas que contaban con dos hombres, y que había recibido una paga muy buena.

La primera inversión de Jane fue comprar una carreta y una mula, de modo que podía traer los granos desde el campo a su casa con gran facilidad, y llevar ella misma sus granos al mercado y vender sin intermediarios; y, por otro lado, le pagaba a la maestra para que fuera a darle clases particulares a sus hijas, los fines de semana.

En la medida que Janet prosperaba, porque ya tenía dos burros y dos carretas, había pintado su casa y construido un depósito más grande, y tanto ella como sus hijas iban muy bien vestidas los domingos a la iglesia, crecía la rabia y la envidia de todas las otras espigadoras hacia ellas.

Tanta era la rabia, que las espigadoras les prohibieron a sus muchachos que se acercaran a las hijas de Janet.

Nuevamente sintió Janet deseos de retroceder, pues no le gustaba ver a sus hijas apartadas de todos "Ya tenemos suficiente dinero", se decía a sí misma. De modo que reunió a sus hijas y les dijo:

—Muchachas, he decidido que no continúen siendo espigadoras —hizo una pausa, y luego continuó —quiero que se comporten como todas las otras muchachas del pueblo, así no serán despreciadas más por todos los muchachos.

Luego Jeanet hizo silencio, y todas sus hijas se le acercaron, la abrazaron y, Margaret, la mayor, habló en nombre de todas las demás:

—Mamá —dijo Margaret —nosotras no retrocederemos. Si no nos quieren tratar, que no nos traten; además, ya hay muchachos de pueblos vecinos que quieren hacer amistad con nosotras.

Con el tiempo Janet compró más terrenos, más carretas y más mulas. Su fortuna fue creciendo, y las muchachas consiguieron pretendientes de pueblos vecinos: todas se casaron y se fueron con ellos.

Janet dejó de ser espigadora para ser dueña de sus propios terrenos de siembra, donde muchas espigadoras venían a buscar sus granos, pero ninguna llegó a recoger en familia, en equipo, y ninguna pudo comprar una carreta, ni burros ni más terrenos; siguieron siendo espigadoras. Algunas llegaron a decir que Janet era bruja, las menos atrevidas decían que era cuestión de pura suerte, pero ninguna trató de imitarla, y siguieron siendo espigadoras para siempre.

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